A veces me río un poco de mí mismo y de la humanidad, viéndome desde afuera. Hoy quiero compartirte algo de ese humor.
De ves en cuando siento que vivo en un mundo definido y seguro, donde los conceptos son leyes, la sociedad un sistema inmutable y mi vida eterna, cuando nada de eso es verdad.
Un día me pregunté mientras observaba a un perro, si el podría darse cuenta en donde termina y donde empiezan los objetos. Ahora me doy cuenta de que los objetos no terminan ni empiezan, eso sólo está en mi cabeza, las cosas como tales son sólo imágenes mentales, en realidad no existen, puesto que son parte del todo y son siempre cambiantes.
Nuestra casa, nuestro cuerpo, nuestro mundo siempre va a ser diferente, cada segundo hay algo viejo que desapareció y algo nuevo que nació.
Las personas que nos rodean no son la excepción, todos están sujetos a una lucha por la supervivencia y la cordura.
A pesar de todo en la sociedad en la que vivimos, idolatra del ego, fanática de la competencia estúpida y embriaga de la ambiciín, conformada en su mayoría por individuos que intentan aparentar y creer que son inmortales, felices, cuerdos, ganadores, únicos, inteligentes, ricos, sabios y conocedores. Todos lo disimulan con tal afán, que se desmoronan con frecuencia cuando se les hace evidente que en realidad viven enfermos, física y mentalmente, son profundamente infelices, están locos de psicosis, neurosis, estrés y trastorno obsesivo compulsivo, siguen estereotipos para verse iguales y no sólo eso, además critican a quien intenta ser auténtico, en realidad se sienten inferiores, son pobres porque nunca les alcanza el dinero, son ignorantes e indiferentes de todo lo que no concierna a su vida cotidiana. Que difícil es darme cuenta de que soy uno de ellos.
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